lunes, 15 de febrero de 2010

Iron Mountain


Crisis económicas, trabajadores esclavizados, desastres medioambientales, guerras justificadas por mentiras flagrantes... ¿Les resulta familiar este panorama? La penosa situación que padecemos no es casual ni tiene un origen reciente, sino que responde a un maquiavélico plan minuciosamente diseñado hace más de cuarenta años.

Iron Mountain

La agenda del miedo


FUENTE: Revista española Más Allá de la Ciencia nº 250
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La palabra “crisis” procede del verbo griego krinein, que significa “separar” o “juzgar”. Pero existe una definición más explícita: “carestía, penuria. Decaimiento en la economía; en las teorías cíclicas, quiebra en la expansión”.¿Teorías cíclicas? Esto significa que, en realidad, no existe motivo alguno para que se produzcan las crisis. Esta definición permite deducir que son inducidas y programadas con decenas de años de adelanto. El hombre depende de la Naturaleza, generosa en sus dones. El Universo es infinito, como infinitos son sus recursos. La energía que nos brinda el Cosmos, el agua y la tierra que pisamos y que sembramos son gratuitas. No hay motivo alguno para que se eleven los precios de la tecnología derivada de los dones del Cielo... salvo que se pretenda multiplicar los presupuestos estatales hasta el infinito de manera ilícita. La repetición obsesiva del concepto crisis se fija en la mente de las masas y lo convertimos en realidad a través de nuestros pensamientos magnéticos: el Cosmos devuelve lo que recibe.


Guerras rentables

Vivimos momentos duros en el terreno económico. Los periódicos han difundido hasta la saciedad la opinión de los expertos sobre el origen de esta crisis. Pero la debacle actual fue concebida por unos jóvenes conocidos como “los chicos de Iron Mountain”. Un miembro de la Reserva Federal de EE.UU. que forma parte de este grupo y que ha pedido mantener el anonimato revela para MÁS ALLÁ quiénes son:
–Somos los que hemos estudiado en los mismos colleges, los que frecuentamos los mismos clubes, los que estamos en el Senado o en el Parlamento.

–¿Y los que pertenecéis a las mismas sociedades secretas?
–Exacto.

En definitiva, los chicos de Iron Mountain son quienes a lo largo de los últimos cincuenta años han ocupado puestos de poder en Estados Unidos. El informe de Iron Mountain se fraguó en 1961, diez años antes de la prevista defunción o nacimiento –según se mire– del capitalismo, en el refugio nuclear del mismo nombre, que se encuentra cerca de Nueva York y del río Hudson. El documento fue clasificado como top secret, pero fue dado a conocer en 1966 por John Doe, un profesor universitario que había asistido a las reuniones y que temía ser asesinado. Doe hizo llegar el escrito a cuatro periodistas de The New York Times y lo publicó con la editorial Dial Press al año siguiente, quizá porque era un infiltrado en el grupo y quería difundir cuál era el futuro que sus integrantes habían diseñado para la humanidad. En 1996 el escritor Leonard Lewin lo publicó con The Free Press asegurando que realmente se trataba de una broma suya. El historiador Howard Zinn opina: “El capitalismo estadounidense necesitaba un rival internacional –y unas guerras periódicas– para crear una comunidad artificial de intereses de ricos y pobres, para suplantar la comunidad real de intereses de los pobres, que habían ido apareciendo en movimientos esporádicos”.

En este sentido, los autores del informe veían la guerra como “la principal fuerzaorganizadora” y “el estabilizador económico esencial en las sociedades modernas”. Asimismo, expresaban su preocupación por el hecho de que “un liderazgo ambiguo”, la “clase dirigente administrativa”, hubiera perdido su habilidad para “racionalizar una guerra deseada”, lo que había provocado una “pérdida de estatus de las instituciones militares” que constituía “una catástrofe”. “La posibilidad de la guerra nos da el sentido de necesidad sin el cual ningún gobierno puede permanecer largo tiempo en el poder”, detallaba el informe, al tiempo que insistía en que “la guerra controla las relaciones esenciales de clase” al plantear soluciones para “los desfavorecidos económica o culturalmente”.

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Nuevo orden mundial 

Los chicos de Iron Mountain elaboraron un listado con las características esenciales del “Nuevo Orden Mundial” que estaban diseñando. Estas eran las principales:
– Instaurar un gigantesco programa de investigación científica con un objetivo inalcanzable, como, por ejemplo, misiones tripuladas a Júpiter.
– Poner en marcha un permanente, ritualizado y ultraelaborado sistema de control del desarme. Este objetivo condujo a la guerra de Irak para defenderse de armas que nunca existieron, así como al bombardeo de Siria, y se traduce hoy en las amenazas constantes a Irán.
– Organizar un omnipresente y omnipotente cuerpo policial, que se concreta en la fuerza de pacificación de Naciones Unidas, que ha intervenido en los últimos años en Somalia, Bosnia Herzegovina, Irak, etc. Para ponerla en marcha es necesario provocar un litigio donde no existía. Además, en ocasiones, sus integrantes vulneran gravemente los derechos humanos. En Somalia varios militares italianos torturaron a los somalíes con descargas eléctricas y violaron a las adolescentes con granadas o fusiles tras atarlas a los carros de combate. Se sentían tan orgullosos de sus tropelías que inmortalizaron sus actos en fotografías que fueron publicadas en la revista Panorama. Por su parte, el general francés Phillipe Morillon abandonó a su suerte a la población indefensa de la antigua ciudad yugoslava de Srebrenica después de prometer que la protegería. Fue masacrada. El resultado fue 7.000 muertos, la mayoría mujeres y niños.

– Crear una amenaza extraterrestre reconocida (ovnis, abducciones, etc.).

– Incentivar la polución ambiental a escala mundial. Esto resulta incomprensible, pues perjudica a todos.

– Inventar enemigos ficticios, como Muammar el Gadafi , Sadam Hussein, Slobodan Milosevic y Osama bin Laden, el invisible, además de, por supuesto, el terrorismo islamista.

– Un programa intensivo de eugenesia aplicada a través del aborto y el control de la natalidad.

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Adiós al patrón oro

El 15 de agosto de 1971 se produjo una amarga sorpresa que hizo más urgente la aplicación del plan pergeñado en Iron Mountain: al abrir las cámaras acorazadas de Fort Knox (EE.UU.) se comprobó que, debido a los cuantiosos gastos originados por la guerra de Vietnam, no quedaba oro. Las reservas estadounidenses de este metal habían sido hasta ese momento el respaldo del valor del dólar, establecido en 1944 como moneda de cambio internacional a partir de los acuerdos de Bretton Woods, que habían sido impulsados por el economista británico John Maynard Keynes y su colega estadounidenses Harry Dexter White.

El dólar era hasta entonces el comisario de un sistema disciplinario para castigar a las monedas que trataran de desvirtuar su valor real. Cualquier país podía cambiar su excedente en dólares por el metal de la nación a un precio de 35 dólares la onza de oro. El vicepresidente Lyndon B. Johnson causó un enorme daño a Estados Unidos al ocultar el verdadero coste de la intervención en Vietnam. Washington se vio obligado a depreciar su moneda, lo que tuvo graves consecuencias. La OPEP multiplicó por cuatro el precio del barril de petróleo y los países árabes empezaron a recibir cada vez menos dinero, en valor real, por su mercancía. La subida del precio del crudo trajo invasiones, guerras y agresiones a los dueños del petróleo. Afganistán fue castigado e Irak desmembrado. Pero retrocedamos en la historia. Durante la Guerra de Independencia de EE.UU. se aprobó la Ley Bancaria Nacional, que instituyó un impuesto sobre los nuevos billetes. Había nacido uno de los sistemas más peligrosos e injustos de la historia, el capitalismo, que puede acabar con toda la vida en el planeta. El primer banco central de Estados Unidos fue creado en 1791 y duró solo diez años. Cayó por el peso de la corrupción de sus responsables, quienes emitían papel sin respaldo tangible, algo que ha alcanzado el cénit en la actualidad. El tercer presidente de EE.UU., Thomas Jefferson, y su secretario de Hacienda, Alexander Hamilton, discrepaban en el fondo y en la forma. Jefferson solo escuchaba la voz de su conciencia y consideraba anticonstitucional esta figura, pues acumulaba un poder que era del pueblo. La entidad fue creada a imagen y semejanza del Banco de Inglaterra, que unía los intereses bancarios con los gubernamentales. Según la investigación realizada por Jim Marrs en Rule by Secrecy (Gobernar en secreto), sangró a conciencia a los ciudadanos e hizo subir la inflación. En 1811 recibió del Congreso y el Senado un castigo severo, se le denegó la renovación de su fuero y desapareció.

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La estafa de la Fed

Posteriormente, los integrantes de sociedades secretas –ya no tanto, porque las conoce todo el mundo– sentaron las bases que servirían para desestabilizar el planeta y mantenerlo siempre al borde del abismo: la Reserva Federal estadounidense (Fed) y la aniquilación de Palestina. ¿Y quién fue el personaje siniestro que, dando vía libre a la creación de la Fed, permitió que el organismo provocase la ruina de su país en cuestión de horas? El vigésimo octavo presidente de EE.UU., Woodrow Wilson, cuya campaña había sido financiada por los banqueros de Wall Street. El Congreso estadounidense dio luz verde a la fundación de la Fed el 23 de diciembre de 1913, cuando la mayoría de sus miembros estaban de vacaciones. El propio nombre del organismo es ya una gran estafa: aunque se llama “federal”, es privada, de modo que enmascara el hecho de que los particulares son quienes rigen la economía mundial de acuerdo con sus intereses. El pueblo cree defendidos sus derechos, cuando en realidad solamente vela por los de los dueños del capital. Ante la estafa que la Reserva Federal constituía, John Fitzgerald Kennedy acuñó en 1963 un nuevo dólar con el respaldo de la nación, no de la Fed. Ese mismo año, el 22 de noviembre, a las 12.30 h., fue acribillado a balazos en la Plaza Dealey de Dallas. Veintiún días antes, había sido asesinado el presidente de Vietnam del Sur, Ngo Dinh Diem. Muertos ambos, la guerra en el país asiático se reactivó. Ningún presidente se atrevió a poner en circulación el nuevo dólar. El asesinato de Kennedy fulminó la esperanza de un mundo más justo, de un mundo mejor.


Hermetismo y desfachatez

“Dadme la economía de un país y no me importará quién haga las leyes”, dijo el banquero Mayer Amschel Rothschild. La frase tiene su lógica: los gobernantes serán puestos en el poder por los dueños de la economía, que actúan en las sombras. El periodista y escritor estadounidense William Greider destaca en Secrets of the Temple (Secretos del Templo, refiriéndose a la Reserva Federal) que al dinero se le ha otorgado una característica muy significativa: la sacralidad. Todo lo que tiene que ver con él no es solo secreto, sino también tabú. No hablamos en sociedad de nuestras deudas. Está mal visto. En realidad, nadie tiene un contacto real con él aunque sea el elemento que rige, controla y condiciona nuestras vidas. Ha sido sustituido por un trozo de plástico. El lenguaje hermético que se utiliza en los mercados financieros –tasa de descuento, tipo de interés, ratios de cambio...– resulta incomprensible para la mayoría de los ciudadanos y hace que huyan despavoridos de cualquier intento de comprender cómo funciona el sistema. Recientemente comparecieron los cerebros de Wall Street en el Senado de Estados Unidos para aclarar el destino de los 700.000 millones de dólares que poco antes de abandonar el poder, en septiembre de 2008, el ex presidente George W. Bush inyectó a los bancos para, según aseguró, evitar su quiebra. El demócrata Paul Kanjorsky pidió a uno de los directivos de Merrill Lynch que detallara para qué había sido utilizado el dinero. –Del dinero recibido usamos 3.600 millones de dólares para abonar primas a nuestros ejecutivos... –¿Llevaron ustedes el banco a la quiebra y se repartieron el dinero en secreto?– replicó Kanjorsky. –Sí, señor– fue la respuesta. –¿Saben que ese dinero supone 2.000 dólares por persona incluyendo a los estadounidenses recién nacidos? –Sí, señor– respondió el interpelado. –¿Tienen algo más que decir?– añadió el senador demócrata. –Que si nos dan más dinero intentaremos administrarlo mejor.


El antecedente: Plan Northwoods

El presidente John Fitzgerald Kennedy despidió al director de la CIA Allen W. Dulles y a dos subdirectores, Charles Cabell y Richard Bisell, por impulsar planes cuyos métodos excedían la moral más elemental. Pero no eran los únicos que lo hacían.
El jefe del Estado Mayor del Ejército estadounidense, Lyman Lemnitzer, era el inspirador del Plan Northwoods, algo anterior al Informe de Iron Mountain, pero con
una filosofía similar. Estas eran algunas de sus propuestas.

– Bombardear y hundir un navío estadounidense en la base de Guantánamo
(Cuba). Esta estrategia no era nueva: el accidente del USS Maine en el puerto de La Habana en 1898 desencadenó la guerra con España y el hundimiento del destructor Maddox en la bahía de Tonkin (Vietnam) a causa de una tormenta tropical fue la excusa para que Washington interviniera en el país asiático. La primera versión del Plan Northwoods sugería hundir el barco con su tripulación; en la segunda se optaba
por que estuviera vacío y por simular los entierros. Por cierto, en el monumento a
las víctimas del 11-S se colocaron nombres de personas vivas que protestaron. La respuesta del ex alcalde de Nueva York Rudolph Giuliani fue que era mejor figurar
como vivos que como muertos.

– Acosar a vuelos civiles, atacar transportes terrestres y destruir aviones falsos por cazas parecidos a los MIG soviéticos.

– Derribar un avión no tripulado haciéndolo pasar por un vuelo comercial “lleno de estudiantes universitarios de vacaciones”. Esta fue una de las opciones más apoyadas por el Estado Mayor.

– Arrojar dispositivos incendiarios en Haití, República Dominicana y otros países para
arrasar los campos cosechados.

El documento provocó la indignación del presidente Kennedy, quien echó a su inspirador de su despacho con cajas destempladas. Meses más tarde Lemnitzer
se convirtió en el comandante supremo de la OTAN.

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Vuelta a la esclavitud: control social

La pérdida de derechos laborales registrada en las últimas décadas en todo el mundo ya estaba prevista en el informe de Iron Mountain: “Un posible sucedáneo para el control de los potenciales enemigos de la sociedad es la reintroducción, de forma que se mantenga el equilibrio con la moderna tecnología y el sistema político,
de la esclavitud. El desarrollo de una forma sofisticada de esta puede que sea un requisito fundamental para el control social de un mundo en paz. Esclavitud sin
cadenas”.
En efecto, esta sugerencia se ha convertido en una costumbre: las grandes empresas utilizan obreros de los países más pobres y les pagan sueldos de miseria.
Paralelamente, en Europa los salarios se han reducido de forma brutal año a año, mientras que los precios de los productos y los servicios esenciales se hinchan como
la levadura.
Los maquiavélicos miembros del selecto club precisaban en su informe que la mejor fórmula para restablecer la esclavitud es provocar crisis económicas, pues en amenazas como el terrorismo internacional puedes creer o no, pero la crisis llega a todos menos a los que la provocaron.

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La crisis económica en clave de humor negro

La debacle actual fue abordada casi de manera visionaria en un programa de humor de la cadena británica BBC hace dos años. Presentaba a un banquero, personificado en un siniestro anciano, que era entrevistado por un periodista, a quien explicaba el origen de la crisis y cómo se solucionará:

–Hay una chabola y un negro descalzo, desocupado, delante de ella. “Oye, negro, ¿quieres comprarte la chabola?”.
“Patroncito, no tengo dinero, no tengo trabajo”, responde el interpelado. “No importa. Yo te consigo una hipoteca”.

–¿Cobra por su trabajo el intermediario?– inquiere el periodista.

–Naturalmente, señor- responde el banquero casi ofendido.

–Pero el negro desocupado jamás podrá devolver el dinero– deduce el presentador.

–Nosotros llamamos a ese tipo de operaciones “crédito inversor de carácter subsidiario según las circunstancias del mercado inmobiliario en creciente aumento en períodos de expansión de la economía bursátil, con tipos de interés
variables”.

–Lógico. No pueden llamarlo “dinero dado a un negro desocupado y muerto de hambre para comprar una chabola en ruinas”. Pero cuando el negro no pague
ustedes perderán el dinero.

–Oh, no, querido –concluye el banquero–. Ustedes perderán sus fondos de pensiones.


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