miércoles, 24 de marzo de 2010

Seres y mundos invisibles


Algunos dicen que los ven. Otros aseguran que los oyen. Muchos creen en ellos sin verlos ni oírlos. La ciencia no se atreve a desmentir la existencia de seres que habitan en dimensiones paralelas porque no puede refutar la inexplicable capacidad de la mente para percibir otras realidades. Si el Universo está construido por energías psíquicas, la variedad de entidades que lo pueblan puede ser infinita.

SERES Y MUNDOS INVISIBLES

ENTRE EL INFIERNO Y EL CIELO
FUENTE: Revista española MAS ALLA DE LA CIENCIA (edición Nº 203).


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Hace más de 50 años el antropólogo británico Lewis V. Cummings publicó un libro que fue muy bien recibido por el público, pero denostado por sus colegas: Yo fui un cazador de cabezas. Su aventura antropológica en la Amazonia central había ido demasiado lejos –según sus críticos– cuando entró en contacto con una tribu que jamás había conocido un hombre blanco y fue aceptado como un miembro más de la comunidad. Dejando todo prejuicio, su mente se transformó y adoptó las costumbres, las herramientas y las armas del grupo. No sólo participó en el trabajo y en la caza, sino también en batallas contra otras tribus.
Cummings penetró en la extraña esfera espiritual de los hombres de la selva. Para ellos, morir en la batalla, ser comidos por los enemigos y saber que sus cabezas serían reducidas y conservadas era menos temible que ser devorados por las alimañas y los gusanos, pues de esa forma sus almas quedaban dentro de la esfera humana y seguían participando en el círculo de los seres dotados de alma. En las noches de plenilunio la tribu se reunía en un claro, bebía el zumo de algunas plantas y danzaba hasta el frenesí. Según Cummings, este ritual conducía a un raro éxtasis: la percepción se amplificaba hasta alcanzar niveles inauditos y los sonidos, colores y rumores de la selva se unificaban con el propio ser. Pero la extrema sensación de pertenecer a un Todo no era el fenómeno mayor del que dio testimonio. En algún momento, y al unísono, todos los danzantes quedaban paralizados: desde la zona umbría de la arboleda surgían las figuras luminosas y gigantescas de los guardianes espirituales del bosque. En sus primeras experiencias, lo que observó no parecían seres antropomórficos; eran formas cambiantes con ojos brillantes y desmesurados, pletóricas de energía vital, que imponían un temor reverencial y sagrado. Con el tiempo, los seres asumieron ante su mirada las características de guerreros gigantescos, tal como los veía el resto de la tribu. Lo que produjo mayor controversia e incluso burlas por parte de los científicos fue la firme creencia del antropólogo de que lo vivido no había sido una alucinación, sino algo verdadero, una explosiva apertura de la mente a otras realidades. El sentimiento que impregna las últimas páginas del libro, donde relata su retorno a la civilización, deja traslucir su tardío arrepentimiento por haber abandonado una familia, su fuerte pertenencia a un grupo solidario y el sabor profundo de haber tomado contacto con una invisible y poderosa dimensión espiritual, situada más allá de la razón.


EL SEXTO SENTIDO

Aun el más incrédulo de los racionalistas debe confesarse a sí mismo que existen lugares donde le asaltan, de manera irracional, sentimientos ominosos y amenazantes: casas que emanan una pesada carga de fatalidad o fracaso, callejones donde no penetra el sol o parajes rurales que le suscitan inquietud. También sucede lo opuesto: hay espacios donde se percibe una sensación de paz, alegría y vitalidad. El sexto sentido no es una invención teórica de los psicólogos, sino un estado de alerta extremo que se produce por lo general en situaciones poco habituales. Pero en medio de las rutinas del trabajo, la fatiga y las preocupaciones, el espacio de la mente permanece ocupado por lo habitual y la percepción se estrecha, bloqueando o negando toda manifestación “diferente”.
Las investigaciones realizadas con personas que aceptan pasar dos o tres días dentro cámaras insonorizadas de aislamiento total muestran que a las pocas horas pierden la noción del tiempo y que aumenta su nivel de ansiedad. El diálogo interno sobre la vida y los conflictos cotidianos decaen, mientras se incrementa la percepción del silencio, en contraste con los sonidos corporales y la propia voz. El sentido de unidad del “yo” también resulta afectado por la irrupción de sentimientos, memorias, fantasías y alucinaciones que, de forma paulatina y sin control, parecen irrumpir desde las zonas inconscientes de la mente. En los casos más sensibles, el estado alucinatorio no discrimina si lo que comienza a verse u oírse fuera de uno mismo es real o solamente una proyección mental.
El aislamiento extremo provoca, al igual que algunas drogas, lo que ha sido designado como un estado alterado de conciencia. Las hipótesis que se derivan de estas investigaciones, aunque contradictorias, revelan que el estado de alerta diluye los filtros de la mente. Si bien no se puede afirmar que las percepciones sean una “creación” ilusoria o una proyección interna, tampoco está demostrado que procedan necesariamente de fuentes externas. En todo caso, la mente puede disfrazar o traducir lo extraño o lo nuevo bajo formas “aceptables” o “reconocibles” para no sumirse en el temor a lo desconocido. La casuística del aislamiento tiene semejanzas con los sueños porque abarca visiones y contactos con seres muertos o vivos, personajes demoníacos o angélicos, sensaciones táctiles y hasta relaciones eróticas.

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LAS OTRAS REALIDADES

La comprensión de la mente humana podría ser considerablemente más amplia si se admitiera que lo imaginario no es una mera invención que surge de la nada, sino la intuición de otros mundos reales y posibles con los que interactúa. La ciencia “positiva” afirma que más allá de nuestras limitaciones perceptivas hay otras dimensiones, pero no se atreve a suponer que estén pobladas por seres diferentes y menos aún que, por vías inexplicables, puedan actuar en nuestra dimensión. Tampoco la psicología tradicional va mucho más lejos. En las teorías que el psiquiatra Carl Gustav Jung expuso a sus colegas, los hechos paranormales aparecen como creaciones “psicoideas”, manifestaciones físicas de la propia mente.
Sin embargo, en una contribución a un libro de la bióloga e investigadora Fanny Moser sobre apariciones, Jung cuenta que en 1920 pasó unas semanas en una casa de Inglaterra en la que fue testigo de fenómenos espectrales muy intensos: voces, susurros, golpes y luces. Una noche despertó –narra el psiquiatra– y vio sobre su almohada una cabeza de mujer que lo observaba con un solo ojo fantasmagórico. Pasó el resto de la noche sentado en un sofá, con la certeza de no haber alucinado, y abandonó la casa al día siguiente. Más tarde, supo que todo el vecindario estaba al tanto de la continua presencia de “espíritus” y “entidades” en esa residencia, razón por la cual los inquilinos acababan marchándose. Las otras realidades difícilmente podrán ser demostradas o descritas a través de métodos científicos a causa de su naturaleza no física o su materialidad “paralela”. A pesar de que el mundo físico parece ser un gigantesco campo de vacío organizado por una inteligencia inmaterial “milagrosa”, la idea de Dios surge por inferencia, ya que nadie lo ha podido contemplar. En el caso humano, la psique, o la mente, tiene la asombrosa cualidad de existir simultáneamente entre lo físico y lo no físico. De ahí su peculiar capacidad de penetrar y percibir otras realidades sin limitaciones de tiempo y espacio. La teoría de que el Universo es la emanación de una fuerza “psíquica” fundamental, que se expresa en una infinita variedad de niveles y de seres, sostiene esa capacidad.

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Algo más que sueños

En la dimensión onírica es donde la mente parece fluir con más libertad y establecer contactos con seres y realidades diferentes. Quizá por eso las tradiciones chamánicas llaman “locura sagrada” al viaje de “sueño controlado” que el iniciado realiza por el mundo de los muertos, de los demonios, de los animales y del Gran Espíritu. Quien pierde el control, quien pierde su centro en el viaje, puede acabar loco o muerto. El sueño es una categoría de la realidad en la que la mente se mueve con libertad en regiones que escapan a la conciencia de vigilia. En estado onírico solemos volar, visitar lugares desconocidos, dialogar con personajes desaparecidos y entrar en contacto con seres monstruosos o celestiales que nos amenazan o nos transmiten conocimientos. La psicología llama “inconsciente” a ese territorio ilimitado donde se hunden las raíces de la conciencia. Es también la fuente de las grandes creaciones artísticas, de los descubrimientos científicos y de las premoniciones. Es frecuente que quien ha perdido a un ser querido sueñe que le visita. Esos contactos llegan a intensidades emocionales tan vívidas, sentidas y profundas que hacen muy difícil tomarlos por fantasías compensatorias. La casuística muestra que en muchos casos los difuntos dan informaciones precisas sobre temas pendientes que podrían afectar al que está soñando. En otros, la imagen del visitante continúa siendo percibida al despertar durante un breve instante intermedio de apertura. El dolor intenso por la pérdida suele conducir a un estado alterado de conciencia que debilita la presión hipnótica de la realidad: es común que a las pocas horas del fallecimiento haya quienes sienten la presencia invisible de la persona muerta y otros que directamente la vean. Los testimonios describen a estos seres embargados por una expresión de estupor e incredulidad ante su propia muerte. ¿Imaginación o interacción? ¿Es posible que nuestra mente ayude a “corporizar” esas manifestaciones? No es sencillo determinar si aquello que se nos aparece durante el sueño o la vigilia es una entidad externa o un contenido interno que se expresa bajo una máscara aparente. Pueden ser ambos, o una mezcla de los mismos. Además de la facultad natural de percibir el estado interno de los árboles, los animales o las rocas, Eileen Garrett, autora del libro Adventures in the Supernormal, poseía la capacidad de percibir entidades psíquicas. Garrett afirma en su obra: “Pregunté a esas formas espirituales si las estaba viendo o si estaba viendo lo que había en mi propio cerebro. Me respondieron: ambas cosas”. Los estados internos inconscientes, los miedos, las fobias o las esperanzas pueden “atraer por simpatía” entidades psíquicas de ésta u otras dimensiones. Y viceversa: si el Universo es un infinito campo psíquico, nuestros estados internos pueden afectar a otros seres sin que tengamos conciencia de ello. ¿Participamos sin saberlo en la vida de entidades de mundos paralelos creando pesadillas?

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LUCES Y SOMBRAS 

Sin duda existen personas cualificadas con dotes para manejarse con los personajes reales o imaginarios del trasmundo, ya sea de forma natural, como Garrett o a través del entrenamiento meditativo tradicional. La meditación guiada por maestros expertos de distintas tradiciones provee herramientas para mantener lo que se llama “ecuanimidad contemplativa”. Por su parte, quienes poseen facultades naturales como videntes o chamanes son dueños de una voluntad firme que no se extravía ni pierde su singularidad al toparse con lo desconocido. En ambos casos, las presencias y los seres exteriores sólo son obstáculos en el viaje espiritual hacia la Gran Vida. La humildad de esta visión disminuye el rol del ego y el deseo de poder, pero fortifica y protege el núcleo o centro espiritual. De acuerdo con los maestros espirituales tradicionales –incluyendo a Jesús–, la mayoría de los seres o entidades psíquicas negativas capaces de afectar con más facilidad a la mente humana son los que han quedado atrapados en zonas intermedias. El Purgatorio y el Bardo serían así una dimensión psíquica y no física, donde las almas humanas perdidas –y otras mentes no humanas– sobreviven mientras se hunden en los lugares más sombríos de lo inconsciente. Su influencia sobre los seres vivos es casi siempre destructiva, aun cuando se manifiesten como “buenos consejeros”. Los médiums y los “canalizadores” aficionados, que interactúan con estos entes psíquicos, suelen acabar enfermos o con graves trastornos mentales. Que las manifestaciones de fuerzas de otras dimensiones sean destructivas o benéficas parece relacionarse con los estados internos. El contacto con esferas espirituales compasivas y sanadoras constituye la base de la religiosidad tradicional.

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LOS ESPÍRITUS DE LA NATURALEZA

Si se interroga a viajeros solitarios que han acampado en montañas o bosques alejados de la civilización, suelen describir la inquietud nocturna que los invade, su estado de alerta y, en muchos casos, la confesión a veces vergonzante de haber sido asediados o vigilados por presencias indefinibles. En las zonas andinas de América del Sur a ninguno de sus escasos pobladores se le ocurriría pasar la noche en lugares que tienen nombres como Quebrada del Diablo, Pozo de las Ánimas o Salar del Hombre Muerto.
El folklore rural de todos los pueblos del mundo conserva la tradición de los lugares buenos y malos en relación con presencias o entidades que pueden tornarse maléficas. En las culturas tradicionales de México, Tíbet, Australia o India existe una variada gama de rituales y actitudes para entablar buena relación con los habitantes invisibles de la Naturaleza. Hay espíritus de la montaña, de los ríos, de los bosques, de las cuevas y de las ruinas que no deben ser molestados. Quienes tildan de ignorante esta actitud olvidan que las mentes más sencillas de los pobladores rurales carecen de los filtros y bloqueos de la cultura, o “ruido informativo”, y están más aguzadas para ejercer el sexto sentido. Todo ser vivo se caracteriza por poseer un cierto nivel de sensitividad y autoconciencia, o sentimiento de sí. Toda vida posee un psiquismo adecuado a su estructura y su espacio en la diversidad biológica.
Según la teoría del biólogo británico Rupert Sheldrake, los “campos mórficos” constituyen la matriz inmaterial inteligente y psíquica que conserva –y determina– el “plano” de desarrollo de los seres vivos. Cada especie posee su campo mórfico colectivo –o su inconsciente colectivo–, que se sumaría a los demás campos formando un ecosistema. La “hipótesis Gaia” se apoya en la creencia de un pan-psiquismo que se extiende hasta lo aparentemente inerte de la Naturaleza. Estas fuerzas son las que el sexto sentido describe como espíritus de la Naturaleza, fuerzas activas que, lamentablemente, están siendo salvajemente atacadas por la actividad humana. Aunque los efectos de esta batalla son visibles y se expresan en catástrofes naturales crecientes, se debe tener en cuenta que la guerra oculta entre las fuerzas invisibles y psíquicas de la Naturaleza dañada también pueden afectar el equilibrio de la mente humana. Las civilizaciones se han edificado sobre creencias religiosas que proporcionaron coherentes visiones de consenso del más allá y el más acá, como un todo, sobre la Tierra. El shintoísmo japonés y el taoísmo chino se basan en la relación armoniosa con los espíritus de la Naturaleza viva y con los residuos psíquicos de la Naturaleza muerta o avasallada. Judíos, cristianos y musulmanes creen que Dios autorizó a los hombres a reinar sobre el orden natural, pero no a servirse destructivamente del resto de las criaturas y de los recursos compartidos. La vida en su conjunto es, desde el punto de vista religioso, un impulso titánico de abrirse paso desde la oscuridad psíquica hacia las dimensiones superiores de la conciencia. Sin duda, la “civilización” que estamos perpetrando ha traicionado ese impulso y está destruyendo sus fuentes espirituales.

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CONTACTOS, MENSAJES Y EQUILIBRIO
Despiertos o dormidos, nuestra mente está en contacto, desde nuestra singularidad terrestre, con todas las fuerzas interiores del Universo. Llamamos inconsciente a esa infinitud misteriosa en la que estamos inmersos y que no podemos observar en su totalidad. En esta época vertiginosa ni siquiera somos conscientes de los mensajes que nos envía el núcleo más profundo de nuestro ser. ¿Cómo discriminar si aquello que nos invade en el sueño o nos inquieta en la vigilia es real o imaginario, propio o externo? Los eternos arquetipos del viejo sabio que nos aconseja, de los amantes que nos seducen o de los seres infernales que nos aterran o nos devoran, como los vampiros, no serían ni externos ni internos, sino coemergentes. La alquimia exploró esos territorios ambiguos del alma y determinó que cada aparición se corresponde con algún aspecto fragmentario de nuestra propia mente. Los demonios exteriores, los seres destructivos e infernales que nos asedian, se afirman y alimentan con nuestra destructividad inconsciente y sólo tienen poder si los tememos o reprimimos. Como todas las vías espirituales, la alquimia buscaba purgar la mente de todas sus zonas oscuras sacándolas a la superficie y observándolas con ecuanimidad. El viaje espiritual transformaba la Piedra Filosofal oscura en el oro de la sabiduría. ¿En que consistía esa sabiduría? En observar y dejar de lado las realidades espectrales y unificar nuestra pequeña vida con la fuente de la Gran Vida que intuimos.


VISITAS DE OTRAS DIMENCIONES: COMO RECIBIRLAS
La psiquiatría y las tradiciones esotéricas de las religiones coinciden en señalar los peligros que entraña la irrupción masiva de fuerzas indiscriminadas procedentes de lo inconsciente: pueden fragmentar o aniquilar el “yo”. Demencia o posesión, según se mire, pueden ser las consecuencias nefastas de la apertura descontrolada de la mente. La terapéutica psiquiátrica y las técnicas introspectivas de apertura ofrecen la misma recomendación sobre qué actitud adoptar ante esta situación: no cerrarse ni reprimir las fuerzas o entidades que surgen desde lo desconocido, pero mantener una actitud que afirme la identidad y unidad de la propia conciencia.

SERES BENÉFICOS... Y SANADORES
La empatía benéfica ha sido demostrada por los pocos pero probados sanadores que dijeron ser asistidos por seres espirituales. Pachita, la sanadora mexicana que realizó miles de operaciones milagrosas, aseguraba ser sólo el vehículo de un ser superior al que llamaba Cuauhtémoc. Quienes conocieron a Pachita la describen como una mujer que desbordaba compasión y amor por los que sufrían. Otro caso semejante es el del famoso Zé Arigó, de Brasil, cuyas curaciones siguen siendo inexplicables y que decía ser asistido por un espíritu llamado Doctor Fritz.

CANALIZACIONES Y MENSAJES APOCALIPTICOS: EL CÍRCULO INFERNAL
El temor que despierta el peligro de que el Apocalipsis cristiano sea una profecía de autocumplimiento explica la actual proliferación de supuestas canalizaciones de “consejeros” de niveles “más elevados”, que dan insólitas recetas de salvación o señalan mayores horrores futuros. Este “circuito del miedo” realimenta la profecía que se pretende conjurar e introduce mayores desequilibrios mentales en el campo psíquico colectivo. Desde la perspectiva espiritual, supone una intrusión exponencial de entidades psíquicas inferiores en el inconsciente colectivo humano, lo que el cristianismo describe como la manifestación del Anticristo. Batallar o pactar, como hacen los magos, con las energías psíquicas es establecer la guerra en nuestra mente. Lo más saludable para sustraerse al contagio del miedo y a las fuerzas destructivas del alma y de la Naturaleza es volver a las fuentes de la espiritualidad: anhelo de paz, condena de la violencia, respeto a los demás seres vivos, apaciguamiento lúcido de nuestros demonios internos y oración. Ésta es la receta común de las verdaderas tradiciones esotéricas para anular la irrupción del mal.

¿SABÍAS QUE?
Las técnicas de visualización que practican algunas ramas del cristianismo, como el Hesicasmo ortodoxo griego, y las que se utilizan en el hinduismo y el budismo buscan conectar lo mejor de uno mismo con la representación personificada de virtudes emanadas desde dimensiones espirituales trascendentes.

VISIONES ARQUETÍPICAS: HADAS, DRAGONES, ÁNGELES Y DEMONIOS
Las fuerzas psíquicas de la Naturaleza han sido descritas por todas las tradiciones antiguas con arquetipos semejantes, que se corresponden con los cuatro elementos: tierra, agua, aire y fuego. Gnomos, duendes y enanos se asocian con la tierra y la vegetación; sirenas, ondinas, nereidas y tritones, con el agua de ríos y mares; sílfides, hadas, silfos y elfos, con el espacio y el aire y, finalmente, salamandras y dragones con la fuerza del fuego. Todos eran seres duales: podían ser amigos, enemigos o ambos al mismo tiempo. También eran ambivalentes sus manifestaciones, porque aparecían en sueños o se hacían visibles para unos pocos en determinados lugares y circunstancias.
Aunque su apariencia parece haberse construido a partir de un consenso tradicional, llama la atención que los pobladores de la América precolombina los describieran con características semejantes a los de la antigua Europa. C. G. Jung propuso que los arquetipos podían presentar características diferentes según la cultura, pero eran idénticos y universales en su esencia. El espacio que separa –o unifica– los cielos y los infiernos de las diferentes creencias está poblado por seres semejantes: los santos, ángeles y arcángeles de la cultura judeocristiana, así como Satanás y sus huestes, encuentran su correspondencia en el hinduismo y el budismo.

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