sábado, 24 de septiembre de 2011

La maldición de los océanos


Cuando hablamos de misterios del mar antes o después hemos de referirnos a barcos fantasmas, espejismos, apariciones, visiones, ritos y supersticiones que aseguran tener algunos marineros, navegantes o aventureros cuando se adentran en la "Mar Océana", expresión de finales del siglo XV utilizada por Colón.

Jesús Callejo
jesuscallejo@telefonica.net


Fuente: Revista española ENIGMAS Nº 175. (Visita www.Akasico.com)

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Ser marinero y ser supersticioso es un binomio casi obligado, pues la muerte siempre acechaba en el mar, al menos antes de que empezaran a surgir los avances tecnológicos en la navegación contemporánea. El aislamiento durante meses en un océano casi siempre hostil -y no digamos si eran tiempos de guerra- propiciaba que surgieran muchos misterios y no todos del propio mar, sino que algunos formaban parte de fenómenos atmosféricos mal entendidos o de la propia mente del marinero. La vida e incluso la muerte estaban regidas por una serie de rituales que no se podían obviar. Los que mon'an en alta mar eran arrojados al océano envueltos en un saco de lona con una bala de cañón dentro. La última puntada que cosía la mortaja atravesaba la nariz del fallecido, para que su fantasma no persiguiese al barco.
Cualquier acto, por cotidiano que fuera, se analizaba con lupa y se observaban una serie de prescripciones para no provocar la mala suerte, viniera de donde viniera. La botadura de un barco equivalía al bautizo y constituía un acto simbólico, al igual que cuando se le otorgaba un nombre. La costumbre de romper una botella de champán contra el casco tiene su origen en las antiguas libaciones en las que se vertía vino tinto en la cubierta de un barco recién botado y también sobre las olas como ofrenda para los dioses del mar. El navio era encomendado al dios o a la Virgen cuya imagen llevaba tallada en la proa. Los romanos empleaban a menudo agua como símbolo de pureza, pero los griegos preferían el vino. Los vikingos tenían una costumbre mucho más bestial: amarraban prisioneros a los parales del barco, de modo que al pasarles el casco por encima la sangre de sus cuerpos aplastados fluía hacia el mar.

Consideraban que una dosis de sangre caliente en la quilla de un barco de guerra garantizaba el éxito de futuras batallas. El mascarón de proa tenía siempre la forma de algún animal totémico o alguna deidad marina porque se pensaba que daba cuerpo al espíritu del propio barco. A principios del XIX se popularizaron las figuras femeninas en la idea de que su hermosa visión deleitaba a los dioses del mar.


Fatas Morganas y batallas espectrales

Otro aspecto inquietante es el de las visiones fantasmagóricas, y no vamos a hablar de lo que ven los náufragos tras varios días a la deriva subidos a sus botes o divisando el horizonte perdidos en una isla desierta, donde el ayuno prolongado, la sed, el calor y la inmensidad del océano puede jugar malas pasadas haciendo ver aquello que sólo está en sus mentes.
Quien piense que el nombre de fata morgana procede del hada Morgana, famosa por formar parte del ciclo artúrico, estará en lo cierto. En realidad estamos hablando de un fenómeno óptico en el que aparecen reflejados en el cielo objetos que corresponden a la superficie de la tierra o de las aguas. Se produce, al contrario de los espejismos, cuando las capas superiores de la atmósfera están más calientes y densas que las inferiores. Este curioso fenómeno provoca que el observador vea dos imágenes, una de ellas invertida. Espejismos y fofas morganas son los causantes de muchas apariciones espectrales en alta mar donde se pueden ver barcos etéreos navegando a la deriva y desaparecer súbitamente -el Holandés Errante y el Caleuche señan dos buenas muestras de ello- y otras veces se pueden observar tierras e islas inexistentes o contemplar batallas navales en un lugar donde únicamente deben'a haber agua y cielo.
El cronista Jerónimo de Barrionuevo, en sus Avisos del Madrid de los Austrías, hace un apartado a "Hechos inhabituales" en los que incluye este incidente registrado el 23 de agosto de 1654 con el nombre de "Batalla aérea en Sanlúcar": "He visto carta de Sanlúcar, que saliendo un hombre a la marina al amanecer, vio sobre el mar pelear en el aire dos ejércitos furiosamente.


Volvió corriendo a llamar quien lo viese, y acudiendo mucha gente, no sólo lo vieron y escucharon la mosqueten'a, artillería, cajas, pífanos y trompetas y voces, sino que duró la batalla más de una hora. Salido el Sol, desvaneciéronse luego en un instante. Es cosa cierta".
No es el único caso de batallas espectrales vistas en los cielos de algún que otro océano. En la provincia chilena de Valparaíso, entre las costas de Concón y Quintero, algunos pescadores suelen ver un enfrentamiento sangriento, con ropajes y armas pertenecientes a un combate de la Revolución de 1891. Además, en esas mismas costas aseguran haber visto emerger del mar una ciudad como por arte de encantamiento. La visión dura unos minutos, los suficientes para dejarles atónitos.
Más sorprendente aún es el fenómeno que ocurre en la isla de Imeldeb, cercana a la de Chiloé (Chile), en el que extraños vapores que se van solidificando en forma de chalupas se acercan y anclan en tierra firme, y luego se produce el desfile de marineros que avanzan al son de una no menos espectral música.Todas estas escenas corresponderían a un quimérico entierro que se repite en fechas muy concretas.
Un pastor puritano llamado Cotton Mather relató en 1702, en su obra Magna-lia Christy, cómo un barco zarpó de América y nunca llegó a su destino en Inglaterra. No se volvió a saber nada más de él hasta que unos meses después algunas personas vieron en el puerto de donde había zarpado la imagen de lo que podía ser un barco envuelto en nubes. A los pocos minutos, la imagen desapareció. ¿Un caso de fata morgana?
En nuestro país no existen muchas referencias sobre este tipo de espejismos, salvo el conocido caso de la isla de san Borondón, la "octava isla canaria". En el archipiélago balear, bajo determinadas circunstancias atmosféricas, se puede ver una "ciudad fantasmal" en el canal marítimo que separa la isla de Mallorca de Menorca. Existe una franja marina de unos 80 m de profundidad en la que, aparentemente, se produce un curioso fenómeno visual al verse desde ambas orillas del canal una ciudad sumergida inexistente que, de cuando en cuando, emerge para hundirse de nuevo minutos más tarde. La ciudad parece flotar unos centímetros por encima del nivel de las aguas. La visión se produce en las primeras horas del día y sólo desde puntos determinados de ambas islas, entre la Bahía de Pollensa y la costa de Cap de Pera, en Mallorca y en tomo a Ciutadella, en Menorca. Para que esta curiosa visión sea óptima se precisa de buen tiempo y calma chicha.

Fantasmas en Cabo de Buena Esperanza

Pero para misterios puros y duros los que hacen referencia a barcos malditos y buques fantasma, sin duda los más difundidos. La versión más conocida del Holandés Errante, ese barco fantasma cuya sola visión es augurio de mala suerte, habla de un tal capitán Van Der Decken cuya nave fue víctima de una terrible tormenta cuando doblaba el cabo de Buena Esperanza. El capitán retó a las fuerzas de la naturaleza, increpó a los cielos y juró que sena capaz de cruzar el cabo, aunque en ello tuviera que empeñar su alma. Ahí precisamente empieza su condena, su tragedia y su leyenda. Y no sólo la de este barco, sino la de otros. Se han mencionado hasta otros dos capitanes holandeses con la misma suerte aciaga: Barent Fokke, que hizo un pacto con el diablo, y Van Diemen, que cometió el sacrilegio de zarpar un Viernes Santo, desapareciendo sin dejar rastro. El príncipe Jorge de Inglaterra -futuro Jorge V-y su hermano mayor, el príncipe Alberto Víctor, duque de Clarence, aseguraron haber visto el Holandés Errante en 1881.

El cabo de Buena Esperanza ha generado muchas leyendas funestas. Se encuentra en el extremo sur de África y lo descubrió oficialmente el portugués Bartolomeu Diasen 1488,considerado el primer europeo que exploraba esas latitudes. Y digo oficialmente porque en fechas anteriores ya figuraba descrito en mapas como el de Fra Mauro de 1459 -al que denominó "Cap de Diab"-. Alguien se ade-
lantó a Dias aunque su nombre se ha perdido en la neblina de la historia. De hecho, el cronista de su expedición escribe algo revelador: "Avistaron aquel grande y famoso Cabo oculto durante tantos siglos...", de lo que se deduce que Bartolomeu sabía que aquel promontorio ya había sido avistado antes de que él llegara. Nuevas investigaciones muestran la hipótesis de que fueron los fenicios los primeros en descubrir esa ruta de navegación.
En un principio, Dias le dio el nombre de Cabo de lasTormentas-oTormentoso- porque fue una terrible tormenta la que le desvió hasta ese punto. El rey de Portugal Juan II, cuando se enteró de que este descubrimiento iba a permitir el paso de barcos hacia las Indias, lo llamó cabo de Boa Esperanga y su bautismo fue profético, pues en 1497, el navegante portugués Vasco de Gama dio la vuelta a dicho cabo y llegó hasta la India en un tiempo récord. Gracias a la senda abierta por él, otros navegantes aventureros se decidieron a emprender nuevas rutas, con destino a la India, para inaugurar el comercio con el Oriente. Una leyenda recogida por Luis de Camoens en sus Luisiadas, cuenta que Vasco de Gama, cuando cruzaba este cabo, imploró al gigante guardián Adamastor su permiso para penetraren el mar de las Indias. Algo que, en secreto o públicamente, hacían muchos marineros.

El fuego de san Telmo

Las travesías eran largas y la aparición de luces en los mástiles y vergas de las embarcaciones en alta mar dio lugar a curiosas supersticiones entre los marineros de todas las épocas. Desde la antigüedad hasta nuestros días y, sobre todo, a lo largo de la Edad Media, los marineros incapaces de explicar las razones meteorológicas que provocan estas misteriosas luces, las han mirado siempre con una mezcla de desconfianza, temor y maravilla. No era para menos. El llamado fuego de san Telmo es en realidad un meteoro ígneo que se deja ver en días en que la atmósfera se halla muy cargada de electricidad estática -especialmente tras una tormenta-. Ahora bien, ¿todas esas luces que acompañan a los barcos son fuegos de san Telmo? Veremos que las interpretaciones que se han dado a las mismas vanan según las culturas.
Séneca se refiere a este fuego cuando dice que en las tormentas venían las estrellas a adornar las velas de las naves, adorno debido a las benéficas divinidades Castor y Pólux. Esta denominación procede de la época griega, donde llamaban dióscuros a estas luminarias marítimas cuando se presentaban en número de dos.



A partir de la Edad Media los santos patronos de la cristiandad sustituyeron a los antiguos dioses griegos del mar, y este fenómeno eléctrico se empezó a llamar fuego de sanTelmo. Desde el siglo XIII los marineros españoles creían que era el mismo san Telmo en cuerpo y alma -resplandeciente- quien se hacía visible. Pero, ¿quién era en realidad este santo del que tanto hablamos? Tal vez muchos se sorprendan al comprobar que se trata de fray Pedro González Telmo, dominico, nacido en Frómista (Falencia) en el año 1184, que hizo una serie de milagros en alta mar que le dieron fama de santo protector. Parece ser que no siempre el fuego de sanTelmo auguraba ventura; tenía que aparecer doble para que los juzgaran en este sentido. Se cuenta como anécdota histórica que al abandonar el puerto ^^. de Lámpsaco la escuadra del general espartano LJsandro -siglo V a.C.- observó la presencia de estos fuegos, lo que llenó de júbilo a sus tripulantes al considerarlos presagio favorable en su intento de destruir la flota ateniense, como así fue.
En cambio, una sola llama en los mástiles -conocida como "Helena"- presagiaba mal éxito en la empresa, navegaciones desastrosas y, en definitiva, toda clase de desventuras. Autores como Masoudi, Plinio el Viejo y Horacio hacen mención de ellas en sus obras, en los aparejos de los buques. Sin embargo, se citan casos de que este meteoro ígneo de color azul se presenta en otros lugares. Julio César refiere que en cierta ocasión vio inflamadas las picas de una de sus legiones, y el historia-dorTito Livio afirmó que un fenómeno análogo se observó en Sicilia sobre las lanzas de los soldados romanos.


La "antorcha" de Magallanes

En el viaje de Femando de Magallanes, en su expedición alrededor del mundo, ocurrieron demasiadas cosas. Su cronista, el veneciano Antonio Pigafetta, comienza su narración en 1519 y nos cuenta que al rodear Sierra Leona, una ominosa calma fue seguida por un mes de tormentas con torrenciales lluvias. Una y otra vez, los cinco navios de Magallanes se hallaron al borde del naufragio. En el punto álgido de una tormenta, el fuego de SanTelmo surgió en el palo mayor. La tripulación agradeció la presencia de la luz santa y se tranquilizó. Pigafetta anota el 3 de octubre de 1519: "Durante las tempestades vimos frecuentemente lo que se llama Cuerpo Santo, esto es, san Telmo. Una noche muy obscura se nos apareció como una hermosa antorcha en la punta del palo mayor, en donde flameó por espacio de dos horas, lo que fue un gran consuelo en medio de la tempestad. Al desaparecer, proyectó una lumbrarada tan grande, que nos dejó, por decirlo así, cegados. Nos creímos perdidos; pero el viento cesó en aquel instante".
Y en enero de 1520: "Sufrimos una terrible tempestad en medio de estas islas, durante la cual los fuegos de san Telmo, de san Nicolás y de santa Clara se dejaron ver muchas veces en la punta de los mástiles, y al desaparecer, al instante se notaba la disminución del furor de la tempestad".
Otra anotación, esta vez correspondiente al sábado 26 de octubre de 1521, hace mención a una tempestad, a luces eléctricas y a la devoción a sanTelmo: "Al anochecer, costeando la isla de Biraham Batolach, sufrimos una borrasca, durante la cual recogimos velas y rogamos a Dios que nos salvase. Vimos entonces en el tope de los mástiles a nuestros tres santos, que disiparon la oscuridad durante más de dos horas: sanTelmo en el palo mayor, san Nicolás en el de mesa-na y santa Clara en el trinquete. En reconocimiento de la gracia que nos concedieron prometimos a cada uno un esclavo, y les hicimos ofrendas".


Y hasta tuvieron un caso de jet-lag. Fue al regreso de la expedición de Magallanes cuando se llevaron la sorpresa al ver que les faltaba un día. El 8 de septiembre de 1522, en el puerto de Sevilla, desembarcaron los dieciocho sobrevivientes de la expedición que había partido tres años antes -el 10 de agosto de 1519- con cinco naves y 250 tripulantes. Entre ellos estaba Antonio Pigafetta, que al desembarcar se encontró con que las fechas de su diario y la de Sevilla no coincidían: el día que en España era sábado 8 de septiembre, en su diario era 7 de septiembre, viernes. Pigafetta creyó que se trataba de un error y revisó una y otra vez el diario sin encontrar fallo alguno. ¿Cómo podía desaparecer un día? Finalmente, fueron los astrónomos de la corte quienes aclararon el fenómeno: si se viaja alrededor de la Tierra hacia el oeste se pierde forzosamente un día, del mismo modo que si se circunnavegara la Tierra hacia el este se ganan'a un día.

Pese a que el Cabo de Hornos no fue oficialmente descubierto hasta bien entrado el siglo XVI, en mapas como los de Mercatus, Oreonteus Fineus o el del propio Pirí Reís ya aparecía reseñado con lujo de detalles. Éste, y el cabo de Buena Esperanza, eran y son lugares proclives para la manifestación de este tipo de fenómenos extraños.




Misterios en el Cabo de Hornos

El investigador del folclore chileno Oreste Plath recogió en la provincia de Magallanes una leyenda que nos habla de los peligros de otro de los cabos más famosos del mundo. Fue difundida por los alemanes y da origen a una frase proverbial: "Mira, ahí está en la Luna el navegante que no logró doblar el cabo de Hornos". Plath nos explica que ese hombre que parece adivinarse en los perfiles difusos de la Luna es, en realidad, un navegante renegado que, al no poder cruzar un día el cabo, se maldijo exclamando para sí mismo: "¡Qué demonios! Si no doblo el cabo de Hornos quiero estar sentado en la Luna por toda la eternidad". Y entonces la nave se fue a pique y él consiguió su deseo.
En muchas historias como ésta podemos encontrar dos aspectos que luego se repiten en otros lugares marítimos del planeta: un marinero es castigado por su soberbia y un barco fantasma, desde ese momento, se deja ver por las latitudes donde ocurrió la desgracia. Son leyendas que se asocian a cabos que son difíciles de cruzar por su especial orografía y por las condiciones me-teorológicas adversas que suelen tener.
En este sentido, el cabo de Hornos es uno de los más emblemáticos, cargado de tormentas, hazañas, aventuras y tragedias, que ha dado pie al surgimiento de pavorosas leyendas -como la del Caleuche-. Constituye la punta más meridional de la isla de Hornos. En otras palabras, forma el extremo de la isla más austral deTierra de Fuego, en América del Sur.
Su descubrimiento posee su pequeña anécdota. Aunque fue el navegante y corsario británico Francis Drake el primero que lo rodeó en el año 1578 -del Atlántico al Pacífico- en su viaje de circunnavegación por el mundo, el mérito es atribuido a los holandeses Willem Cornelis Schouten -que era cirujano- y Jacob Le Maire, quienes le dieron el nombre de Hoorn tras cruzarlo y localizarlo el 29 de enero de 1616, en honor de la patria chica de Schouten. No olvidemos que esta fecha es la "oficial", siempre y cuando seamos capaces de ignorar los mapas de Piri Reis, Oronteus Finaeus, Mercator y Buache, en los cuales aparece el continente Antartico y, por consiguiente, esbozado y hasta delimitado el famoso cabo de Hornos.
Las aguas que circundan este acantilado vertical, de más de 600 m de alto, están llenas de escollos, riscos y bajíos, con numerosas y bravias corrientes costeras que poseen sus indudables riesgos. La zona se ve azotada continuamente por ráfagas de vientos huracanados de diferentes direcciones que provocan fuertes marejadas junto con unas muy bajas temperaturas. Todo ello ha originado que este cabo tenga asociada una merecida leyenda negra.

Fantasmas del Estrecho de Magallanes

El gran número de barcos encallados o hundidos en el cabo de Hornos y en el Estrecho de Magallanes originó distintas leyendas sobre barcos fantasmas que se dejaban ver de cuando en cuando. El Caleuche es el más reincidente en el tiempo. Se trata de un barco cubierto por la espuma de las tempestades y la noche, aureolado por una luz rojiza y que suele aparecer por las costas chilenas. Sobre todo por el cabo de Hornos, Canal del Chacao y el Estrecho de Magallanes. Emite un sonido metálico y aparece en las noches de tormenta. Su visión es presagio de muerte o de la desaparición de algún tripulante. Sus descripciones son tan ambiguas como su historia y son frecuentes los testimonios que aseguran que navega tanto por encima como por debajo del agua. Investigadores actuales asocian al Caleuche con OSNIs -objetos submarinos no identificados- y con visitantes no humanos que antes llamaban fantasmas y ahora, quién sabe.
Cada vez que se doblaba el cabo de Hornos resurgían los temores sobre genios y espíritus maléficos que de vez en cuando exigían un correspondiente tributo de vidas humanas para seguir permitiendo su cruce. Por esta razón, no era de extrañar que cuando un barco desaparecía por estas latitudes, bien en el cabo de Hornos o bien en el Estrecho de Magallanes -como ocurrió con el velero Malborough en 1890- diera pábulo a toda clase de rumores sobre las erráticas almas de su tripulación, que se manifestaban con toda la paraferna-lia espectral que tenían a sus alcance, bien flotando entre las olas o bien como visiones escalofriantes, en los mismos lugares donde había ocurrido la catástrofe.

Textos reveladores de Gamboa

En las crónicas de nuestros navegantes existen curiosos testimonios que la mayoría de las veces pasan desapercibidos.
Es el caso del pontevedrés Pedro Sarmiento de Gamboa, cartógrafo, historiador, cosmógrafo y buen escritor, calificado como "piloto extraordinario para aquel tiempo de navegantes rústicos y practicones" -según palabras de Guillen Tato-. Pues bien, Gamboa hizo también la más detallada exploración del estrecho de Magallanes, que él denominó Estrecho de la Madre de Dios. Iniciaba su viaje el 11 de octubre de 1579 enviado por el virrey deToledo para buscarla mejor forma de atravesarlo entre sus múltiples bocas y canales. Su diario está salpicado de toda clase de observaciones, algunas de ellas bastante inauditas. Redactado por Juan de Esquivel, escribano real de esa expedición, años más tarde sena publicado como libro bajo el título de Viajes al Estrecho de Magallanes. En él encontramos una extraña anotación correspondiente al domingo 7 de febrero de 1580: "Al penetrar en el Estrecho de Magallanes... esta noche, a una hora de la noche, a la banda del Sureste, cuarta al Sur, vimos salir una cosa redonda, bermeja como fuego, como una darga -se debe referir a adarga, un escudo-, que iba subiendo por el cielo o viento. Sobre un monte alto se prolongó y estando como una lanza alta sobre el monte, se hizo como media Luna entre bermeja y blanca. Las figuras eran de esta manera".
En su Diario de a bordo tiene recogido otro testimonio insólito y sobrenatural sobre una luz benefactora: "Una noche, por mientras avanzaban por la salina y caliginosa superficie -del Pacífico- cierto marinero cayó al agua, y cuando ya todos desesperaban por encontrarlo y rescatarlo por las vías naturales, Mendaña -el capitán- les rogó que le encomendasen a Nuestra Señora que ella lo guardaría. Entonces todos pudieron ver una luz que descendía por los aires, hasta situarse sobre el mozo como una candela, y no cesó de alumbrar hasta tanto el náufrago fue restituido a bordo".
Objetos redondos de color rojo parecidos a escudos, extraños fulgores que descienden del cielo... son sólo algunos ejemplos que nos indican que estas crónicas conservan detalles históricos que al menos hacen recapacitar.




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