domingo, 4 de marzo de 2012

Pompeya, la ciudad que durmió eternamente


En Pompeya parece haberse detenido el tiempo desde que el 24 de agosto del año 79 d.C. fuera arrasada por el Vesubio. Una ciudad que invita a viajar al pasado...

Patricia Hervías y Josep Guijarro


La inmensidad de la ciudad romana.que ocupa la friolera de 15 hectáreas, y la magnífica forma en la que se han conservado la mayoría de sus edificios, esculturas y frescos, estimulan la imaginación y facilitan el viaje en el tiempo. Es más que probable que la curiosidad por ver la erupción matase al conocido almirante Punió el Viejo, autor de la monumental Historia natural, al ir a atracar su flota en la bahía de Ñapóles. Fue su sobrino, Plinio el Joven, quien describió cómo el fuego se apoderó de las tierras de Pompeya, en una carta a Tácito: "La nube surgía sin que los que miraban desde lejos pudieran averiguar con seguridad de qué monte -luego se supo que había sido el Vesubio-, mostrando un aspecto y una forma que recordaba más a un pino que a ningún otro árbol. Y es que tras alzarse a gran altura como si fuese el tronco de un árbol larguísimo, se abn'a como en ramas; yo imagino que esto era porque había sido lanzada hacia arriba por la primera erupción; luego, cuando la fuerza de ésta había decaído, debilitada o incluso vencida por su propio peso se disipaba a lo ancho, a veces de un color blanco, otras sucio y manchado a causa de la tierra o cenizas que transportaba. A mi tío le pareció que se trataba de un fenómeno importante y que merecía ser contemplado desde más cerca (...)".
Y así, describiendo el horror que pudo haber vivido su tío, tenemos la suerte de conocer la historia escrita. Pero es mucho más valioso tener la posibilidad de recorrer las arterias de esta villa romana, los rincones que quedaron bajo las cenizas del terror volcánico. Y es que Pompeya ha fascinado a sus visitantes desde su hallazgo casual a fines del siglo XVI, cuando una obra cualquiera puso al descubierto las primeras piedras de esta monumental ciudad romana. Sin embargo, las primeras exploraciones arqueológicas no llegaron hasta mucho más tarde, en el siglo XVIII, cuando el entonces rey de Ñapóles, Carlos de Borbón, ordenó el primer estudio de la acrópolis.
Hoy sólo 15 de las 44 hectáreas que tenía son visibles para el visitante. Gran parte de Pompeya sigue bajo tierra. Los arqueólogos aseguran que es mejor así, pues los dos millones de turistas anuales que visitan el recinto erosionan las ruinas como también lo hacen el viento y la lluvia. La ciudad parece llena de "fantasmas'Mras unos cristales se exponen los restos de algunos habitantes petrificados. Sus cuerpos retorcidos impresionan, como si trataran de comunicarnos el dolor que sufrieron aquella trágica mañana.


Una ciudad con historia
En Pompeya no faltaba de nada. Y es que aquí el morbo está servido. No, no hablamos de las figuras de aquellos calcinados, sino de la inmensa fila de personas con las que me topo, tan grande como las de cualquier cine que exhibe en cartel un peliculón. Sólo que aquí se aguarda el turno para entrar al prostíbulo de la ciudad y ver las escenas de sexo pintadas en el lupanar. Desde que reabrió sus puertas en 2006, es el lugar más visitado de la Acrópolis. Este sitio fue descubierto en 1862 en la zona más antigua y, junto a las pinturas eróticas, sorprende encontrar camas de ladrillo junto a las paredes y graffit/s de los clientes con los nombres de las prostitutas.
A pesar del incesante calor, seguimos paseando por entre algunas de las casas particulares, maravillándonos de cómo están conservadas algunas de ellas; sus estancias, sus atrios, jardines... Disfrutamos de la Casa del fauno, un suntuoso domus ahora en ruinas que conserva una divertida estatua en su jardín, también del templo de Apolo y del templo de Júpiter.


 




Pero lo que más nos llama la atención es su estilo decorativo. Un vivo ejemplo es la llamada Villa de los Misterios. Su importante estructura arquitectónica y su rica decoración la han convertido en una de las más famosas villas suburbanas de Pompeya. Fue erigida en el siglo II a.C. y es célebre principalmente por la decoración pictórica de una de las salas que representa 29 figuras de tamaño natural y que parece simbolizar el rito de iniciación de las esposas en los misterios dionisíacos.
Después atravesamos la necrópolis, donde se levantan panteones de toda forma y tamaño. Todo ello para llegar al anfiteatro erigido alrededor del año 80 a.C., lo que lo convierte en uno de los más antiguos que ha llegado a nuestros días. Si bien la entrada a su interior está prohibida, debido a trabajos de mantenimiento, logro burlar la seguridad y tengo la suerte de disfrutar del interior. Allí rememoro la sensación de esos 20.000 espectadores que se sentaban tranquilamente en sus escaleras llenándolas de color, de ruido y, también, de violencia.
Una violencia que hoy se hace silencio, cuando me acomodo en una de sus escalas, y no escucho más que el sonido del viento y algunas lejanas risas, mientras el color amarillo de la arena solitaria me obliga a levantar la vista y a observar el calmado Vesubio de lejos... Y me pregunto, ¿hasta cuándo?


 
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