jueves, 10 de enero de 2013

El mundo oculto de los cuentos navideño


Desde que Charles Dickens publicó su clásico Una canción de Navidad en 1843, las historias navideñas de fantasmas y los relatos sobre Santa Claus y el resto de fantásticos personajes propios de esta época del año se convirtieron en una nueva tradición, que llega hasta Tim Burton y su Pesadilla antes de Navidad. Una sencilla manera de celebrar literariamente estas fiestas... que esconde también sus secretos esotéricos.

El mundo oculto de los cuentos navideños

Igual están llenos de esoterismo...
FUENTE: Revista española MAS ALLÁ (edición Nº 999).


Todo empezó con Charles Dickens (1812-1870). El popular y genial escritor británico, autor de clásicos como Grandes esperanzas, Oliver Twist y tantos otros, tuvo la singular idea de resucitar un género literario que había desaparecido mucho tiempo atrás: el de las canciones o los himnos navideños. De hecho, el título original de su famosa historia navideña es A Christmas Carol in Prose, Being a Ghost Story of Christmas, es decir, Una canción de Navidad en prosa que es una historia navideña de fantasmas.

La palabra carol, que se traduce al castellano a veces como “cuento” y otras como “canción”, es un término medieval inglés que identificaba cierto tipo de canción o himno propio de la Navidad. Dickens se propuso rescatarlo, al tiempo que recuperaba también la celebración de las propias fiestas navideñas, caída casi en desuso en su época. En efecto, las Navidades anglicanas de la primera mitad del siglo XIX tenían poco o nada que ver con las de hoy. La recatada fe protestante apenas daba relieve a festejos y expresiones de alegría, prefiriendo mantener la Navidadpuertas adentro, en el seno familiar, celebrándola con sobrias oraciones. A partir de la publicación y el éxito de Canción de Navidad todo esto cambiaría definitivamente y las fiestas adquirirían el carácter popular, alegre y generalizado que las caracteriza hoy.

Imagen IPB


Dickens sobrenatural

Lo curioso es que para pergeñar este peculiar milagro navideño Dickens echó mano de una auténtica historia de fantasmas, de claro contenido sobrenatural y fantástico. Su autor sentía una cierta inclinación por el género, que le llevaría a escribir un buen puñado de relatos de fantasmas y a incluir episodios sobrenaturales en varias de sus obras, como Los papeles del Club Pickwick o Casa desolada, donde uno de los personajes muere a causa de una combustión espontánea, fenómeno paranormal ya entonces bien conocido. Es difícil precisar si Dickens creía o no en lo Oculto. Sabemos que desconfiaba de la fiebre espiritista, que comenzaba ya a florecer en su época, pero también que seguía con interés todo lo relacionado con la misma y que, por otra parte, daba crédito a las teorías sobre el magnetismo animal y el mesmerismo, consideradas entonces científicamente probadas. Todo ello influiría en su relato navideño de espectros y viajes en el tiempo. De una u otra forma, la historia del tacaño y antipático Ebenezer Scrooge, demasiado conocida como para resumirla aquí de nuevo, se convirtió en un best seller de forma automática y reinstauró las Navidades alegres y festivas que hoy celebramos. Aunque este genial cuento ha sido considerado muchas veces una obra cristiana por definición, lo sorprendente es que, por el contrario, Dickens define en él la Navidad prácticamente como una festividad pagana que celebra la alegría de estar vivo y llama a la gente a disfrutar del presente, compartiéndolo con todos y olvidando tanto las tristezas del pasado como las promesas del futuro. Uno de los elementos esenciales de esta fábula moral es también su claro trasfondo social, habitual en las obras del autor. La pobreza, las desigualdades y la falsa moral victoriana son puestas sobre el tapete por Dickens, quien convierte así a Scrooge en la personificación del espíritu mezquino de su tiempo, hasta el punto de que su nombre se ha transformado en un término habitual inglés para denominar a alguien tacaño, antipático y antisocial. No quiere esto decir que Dickens no fuera un hombre religioso, sino más bien que su religiosidad era peculiar y ambigua. Daba más importancia a la caridad cristiana que al misticismo, mirando con nostalgia hacia el pasado, a un cristianismo primitivo, más cercano a la gente y de rasgos paganos. Como explica certeramente Toni Cerutti refiriéndose no solo a Canción de Navidad, sino a los varios relatos navideños escritos por Dickens, “sus Historias de Navidad están pobladas por criaturas extraídas de las mitologías nórdicas de origen céltico y germano y de los cuentos de hadas de procedencia árabe y medieval. Fantasmas, goblins y genios pueblan sus libros más frecuentemente que ángeles. Así, la tradición cristiana resulta simplemente un elemento más en la lista de leyendas folklóricas. Dios es mencionado como una vaga figura paternal; las virtudes humanas merecen más espacio que el misticismo espiritual. Predicadores y celebraciones eclesiásticas son a veces evocados pero raramente descritos (...). El escenario del cementerio se presenta lleno con la misteriosa presencia de fantasmas. En Dickens estos fantasmas aparecen tanto como criaturas terroríficas, derivadas de la tradición de los espectros revinientes, como, a la vez, emanaciones del ser, en una ambigua combinación de cristianismo y culto pagano mezclado con el espiritismo de la época” (The Lay World of Dickens: http://users.unimi.it/dickens/essays.htm). Está claro que el Cuento de Navidad de Dickens esconde más de lo que su argumento, tantas veces llevado al cine, permite suponer. Pero, sobre todo, posee un auténtico poder mágico en sí: fue capaz de renovar la tradición navideña, creando el arquetipo inmortal de Mr. Scrooge y dando a la Navidad la imagen y sentido que hoy tiene. Como dijo Margaret Oliphant, Dickens fue “el primero en encontrar el inmenso poder espiritual del pavo de Navidad”.


Diabólico Grinch

No es casualidad que fuera el histriónico Jim Carrey el elegido para dar vida al Grinch en la pantalla. Carrey, multifacético, excesivo y grotesco, ha interpretado personajes igualmente diabólicos, como el protagonista de La máscara, el villano "El Acertijo" en Batman Forever, el psicópata de Un loco a domicilio, el émulo del Creador en Como Dios o el Conde Olaf de Una serie de catastróficas desdichas...
¿Puede extrañar que le vayamos a ver pronto como el mismísimo Mr. Scrooge de Cuento de Navidad?




Tolkien navideño

También el creador de El señor de los anillos tiene su cuento de Navidad. Cartas de Papá Noel es un libro que recoge las cartas que el propio Tolkien envió a sus hijos durante su infancia, como si procedieran de Papá Noel, contando sus aventuras en el Polo Norte y defendiendo su hogar de los goblins en compañía de su fiel oso polar.

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Grincheando la Navidad

Desde la aparición de Mr. Scrooge ningún otro personaje navideño había tenido la capacidad de penetrar en el imaginario colectivo hasta la llegada de El Grinch. Bien conocido ya de todos gracias al filme protagonizado por Jim Carrey, en realidad este extraño personaje es una más de las excéntricas creaciones del Doctor Seuss, pseudónimo de Theodor Seuss Geisel (1904-1991), uno de los grandes maestros de la caricatura y el cuento infantil modernos.
Seuss es una figura todavía poco conocida en nuestro país, aunque el cine, con las recientes versiones de sus historias de El gato en el sombrero, Horton o el propio Grinch, nos lo esté descubriendo al fin. Tan importante y popular como Baum o incluso Disney, el Doctor Seuss se convirtió en el heredero estadounidense de la tradición del nonsense, ejemplificada por Lewis Carroll o Edward Lear, llegando a crear un auténtico universo de juegos de palabras, términos ficticios, verbos inventados y nombres imposibles, que riman de forma ingeniosa y original. Así está escrito también Cómo El Grinch robó la Navidad, publicado en 1957, cuyo éxito transformaría su personaje central en protagonista de varios filmes de animación y convertiría su nombre, como el de Scrooge, en sinónimo de persona antipática, gruñona y asocial. Pero ¿quién es El Grinch? Aunque la edulcorada versión de Hollywood le dé un pasado y motivos para ser como es, lo cierto es que es básicamente un duende antipático y gruñón, con un aspecto más parecido al del yeti o el bigfoot que al de un elfo. Su odio a la alegría navideña y los regalos le llevará, anticipándose al personaje de Tim Burton (MÁS ALLÁ, 205), a planear cómo “robar” la Navidad, disfrazándose de Santa Claus y despojando a sus vecinos –los whos, fantásticos seres bondadosos– de sus preciosos presentes y manjares navideños... solo para descubrir que, al fin y al cabo, la Navidad no es cosa de bienes materiales, sino un espíritu y un sentimiento puros, que acabarán conquistándole. El Doctor Seuss, cuyo uso de la rima, la repetición y las palabras inventadas ha sido asociado frecuentemente a la hipnosis –tema recurrente en Seuss, que aparece también en la genial película Los 5.000 dedos del Dr. T (1953), inspirada en su obra– y hasta con interpretaciones cabalísticas y esotéricas, quiso y consiguió con su cuento denunciar el materialismo y el comercialismo que habían invadido el espíritu navideño. Lo que Dickens reinstaurara felizmente ha llegado a ser, como bien sabemos todos, un exceso mercantilista y consumista en el que cualquier genuino sentimiento navideño se pierde por completo. Precisamente para poner en evidencia esta situación, Seuss, ecologista e individualista acérrimo que odiaba el mundo moderno y su materialismo tecnológico, utiliza el personaje aparentemente malvado de El Grinch. Sin él, sin su cinismo gruñón, su mezquino humor y su maligno ingenio, la Navidad no podría resurgir, rescatada de sí misma. Está claro que para Seuss y sus millones de fans, El Grinch es un personaje irremediablemente simpático y fascinante que comparte con Mr. Scrooge su odio a la Navidad pero, a diferencia de este, no posee connotaciones de inmoralidad o abuso social.
El Grinch es el opuesto justo y necesario de Santa Claus: usurpando su papel nos redescubre el verdadero sentido navideño. De hecho, tan popular será El Grinch que en sus siguientes aventuras recuperará de inmediato su naturaleza gruñona, que le aproxima más a Halloween que a la Navidad.

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Pesadillas navideñas

La mejor y más popular aportación contemporánea a esta tradición de cuentos fantásticos navideños iniciada por Dickens ha sido, sin duda, Pesadilla antes de Navidad, película dirigida por Henry Selick en 1993, pero producida y diseñada por Tim Burton según su cuento para niños. La historia de cómo Jack Skellington, el espíritu de Halloween, intenta robar la Navidad sustituyendo a Santa Claus, con la mejor de las intenciones y el más grotesco y divertido resultado, posee un carácter arquetípico comparable al del cuento de Dickens o al del personaje de El Grinch. Naturalmente, el mundo de Burton deriva de sus pasiones cinematográficas y literarias y es, sobre todo, el de la reivindicación del marginado, del raro, del freak.
Pero esta visión positiva de lo oscuro y diferente tiene en este caso una clara lectura luciferina, ya que basta sustituir el país de Halloween por el Infierno y el país de la Navidad por el Cielo para que Jack se convierta en el Ángel Caído de Milton. Como explica Jordi Sánchez Navarro, “revuelta prometeica; y también luciferina. Como
Prometeo, Jack Skellington, extraviado en un espejismo, se siente capaz de acometer una empresa propia de dioses, y esa inconsciente soberbia lo convierte en un más que evidente personaje luciferino. Con una salvedad: tanto Lucifer –el arcángel soberbio–como Prometeo son figuras que encarnan la conspiración empecinada –a veces, frente a la injusticia–, mientras que Jack Skellington cae, a las primeras de cambio, en la cuenta de su propio error y lo repara con celeridad. Quizás es mucho pedir a un film auspiciado por Disney que un sublevado sea premiado con el éxito” (Tim Burton. Cuentos en sombras. Glénat, 2000). Pero a pesar del triunfo final del “orden”, Jack Skellington, alter ego quizá de su creador, quien desde dentro del propio Hollywood intenta subvertir una y otra vez sus normas, no se arrepiente de nada y canta a la cadavérica luz de la luna que, si tuviera que volver atrás, repetiría de nuevo su locura. Y ese es, sin duda, el verdadero espíritu navideño, tal y como lo “ocultan” entre líneas los mejores cuentos de Navidad.



Santa Claus en la tierra de Oz

El personaje de Santa Claus es, sin duda, uno de los más diabólicamente irredimibles de la Navidad. Por mucho que el santoral y la ortodoxia pretendan apropiárselo, por muchos San Nicolás que sean evocados, es prácticamente imposible despojarle de sus rasgos netamente paganos, propios de alguna juguetona deidad precristiana. Así lo entendió el escritor estadounidense Lyman Frank Baum (1856-1919), más conocido por sus libros sobre El mago de Oz pero que también escribió varias historias navideñas para niños protagonizadas por el propio Santa Claus. Baum se inició en la teosofía a través de su suegra, sufragista y seguidora de Madame Blavatsky, y se afilió a la Sociedad Teosófica Ramayana el 4 de septiembre de 1892. No solo escribiría numerosos artículos defendiendo la teosofía y el espiritismo –no era raro que se celebraran también séances en su hogar, frecuentado por mediums–, sino que sus cuentos infantiles recogen también, a veces de forma clara y otras más sutilmente, sus ideas y creencias esotéricas, desde la reencarnación y el karma hasta la existencia de seres elementales y otros planos de realidad.

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No debe extrañar, por tanto, que su Vida y aventuras de Santa Claus (1902) ofrezca una visión netamente pagana de la biografía del personaje, desprovista de cualquier elemento cristiano. El Santa Claus de Baum es un humanocuidado y educado por seres elementales, elfos, hadas y gnomos, y sus aventuras, antes de convertirse en el espíritu navideño por definición, son las propias de algún héroe o semidiós pagano. Todo en este Santa remite a lo feérico y mitológico, y poco o nada a la Navidad cristiana, ya que para Baum, como teósofo y en sus propias palabras, “Dios es Naturaleza y Naturaleza es Dios”. El autor de La ascensión de Lucifer o el levantamiento del Infierno, obra teatral publicada en 1915, hace decir al propio Santa, en su relato Santa Claus, secuestrado (de tema recurrente en el género):

“Es inútil perseguir a los demonios (...). Tienen su lugar en el mundo, y nunca podrán ser destruidos”.


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