domingo, 13 de enero de 2013

LA BIBLIA - III PARTE: Tierras y hombres de Israel



  • LA BIBLIA - I PARTE: Mucho más que un libro sagrado
  • LA BIBLIA - II PARTE: Los escenarios bíblicos
  • LA BIBLIA - III PARTE: Tierras y hombres de Israel
  • LA BIBLIA - IV PARTE: Un libro de libros
  • LA BIBLIA - V PARTE: Las huellas arqueológicas de la Biblia
  • LA BIBLIA - VI PARTE: Los 7 mitos del libro sagrado 
  • LA BIBLIA - VII PARTE: Amor, sexo y pasión en la Biblia
  • LA BIBLIA - VIII PARTE: La vida cotidiana en Jerusalén 
  • LA BIBLIA - IX PARTE: Los adversarios bíblicos de Israel 
  • LA BIBLIA - X PARTE: Héroes y heroínas de la Biblia
  • LA BIBLIA - XI PARTE: La Biblia y los inicios del cristianismo

  • III PARTE:
    TIERRAS Y HOMBRES DE ISRAEL
    Las gentes del libro

    Filisteos, árameos, cananeos, moabitas, ismaelitas... Diferentes tribus y varios imperios -Egipto, Asiría, Babilonia, Persia -compartieron y disputaron el territorio con los hebreos, dejando huella en sus textos sagrados y en su historia pasada y presente.

    Por José R. Ayaso, profesor de Historia de Israel y del Pueblo Judío, Universidad de Granada


    Una comunidad errante. La Biblia cuenta que Dios prometió a Abra-ham (en la ilustración, viajando con su familia por el valle del Eufrates) que entregaría Canaán a su pueblo. Hasta que lo cumplió, los judíos fueron forasteros en todo lugar.

    La Biblia ha ejercido una enorme influencia en la historiografía occidental. Tres han sido los ámbitos de estudio en los que este libro ha sido determinante: la historia universal, la del Próximo Oriente y la del Israel antiguo.
    Hasta bien entrado el siglo XIX, hubo un tiempo de absoluta seguridad en el que, gracias al texto sagrado, sabíamos de dónde veníamos, adonde íbamos, cuándo se había creado el mundo, etc. La historia tenía sentido, pues un Dios justo y poderoso la gobernaba con mano firme. Por otro lado, antes de que se descifraran las escrituras antiguas, conocíamos la historia del Próximo
    Oriente prácticamente sólo por lo que decía la Biblia. Gentes y estados eran mencionados cuando entraban en relación con los hijos de Israel.

    ¿Castigo o evolución? 

    En el Antiguo Testamento hay dos versiones del origen de la diversidad de los pueblos, lenguas y culturas. La ruptura de la unidad originaria se debió, según el relato de la Torre de Babel (Gen. 11), a un castigo divino por la soberbia del hombre. Por el contrario, en la Tabla de las Naciones (Gen. 10) aparece una versión diferente. En ella la diversidad de pueblos se nos presenta como resultado de un proceso evolutivo y genealógico: fueron los hijos de Noé los encargados de repoblar la Tierra tras el Diluvio. De ahí que los primeros estudios de lingüística comparada utilizaran las tres estirpes noé-micas para definir las tres grandes familias de lenguas: indoeuropeas, canutas y semíticas. Este pasaje también sirvió para otros fines más oscuros, puesto que, según algunos, justificaba la superioridad de unos pueblos o razas sobre otros.
    Con los avances científicos y gracias al descubrimiento de archivos y bibliotecas en los palacios mesopo-támicos, la Biblia, como documento histórico, fue perdiendo protagonismo, circunscribiéndose finalmente a los estrictos límites del estudio de la historia del Israel antiguo.

    Esta crónica se siguió escribiendo de acuerdo con la cronología y la periodización bíblicas. El Antiguo Testamento, como antes lo habían sido los poemas homéricos para Schliemann en su búsqueda de Troya, fue el libro de cabecera de los grandes arqueólogos que excavaron en Palestina. El texto sagrado sirvió para interpretar los hallazgos arqueológicos que, una vez analizados en clave bíblica, se convertían en pruebas irrefutables de que "la Biblia tenía razón". Se entró entonces en un círculo vicioso del que está siendo muy difícil salir.


    El Creciente Fértil. 

    Los pioneros en el estudio de las culturas del Próximo Oriente Antiguo acuñaron hace muchos años la expresión "Creciente Fértil" para referirse a la zona en la que entonces se situaba la cuna de la civilización. Ésta habría nacido en Sumer y Egipto, dos regiones que tenían rasgos similares: eran zonas muy feraces por la abundancia de agua, gracias a los grandes ríos Nilo, Tigris y Eufrates.
    Las dos puntas de la media luna que forman están unidas por un cuerpo que tiene unas características muy diferentes: es el Oriente Sirio o pasillo sirio-palestino, que en la actualidad comprende el suroeste de Turquía (donde se encuentra Antak-ya, la antigua Antioquía de Siria), la costa de Siria (el distrito de Latakia, Laodicea), Líbano, Israel, los territorios palestinos y Jordania.
    El pasillo sirio-palestino es precisamente eso, un pasillo, una estrecha zona de paso. Es el extremo septentrional de una enorme cicatriz, una gran fractura geológica que corta la corteza del planeta desde el valle del Jordán hasta el Mar Rojo, atraviesa luego Etiopía y llega a la región de los grandes lagos: es lo que se conoce como Gran Valle del Rift. Dentro de varios millones de años, una importante porción de África occidental se habrá separado del continente. Pero eso pertenece a la historia geológica y no a la historia humana.
    La orografía del Oriente Sirio se estructura en cuatro unidades que tienen una orientación norte-sur. De oeste a este son las siguientes:

    1. Llanura costera, por lo general estrecha (recuérdese la ubicación de las ciudades fenicias, volcadas al mar). Desde el promontorio del Carmelo, en Palestina, la llanura costera se va ensanchando hasta llegar a la península del Sinaí.
    2. Alineaciones montañosas paralelas a la costa. Entre ellas, los montes del Líbano y, más al sur, los montes de Galilea, Samaría y Judá, que son de menor altura.
    3. Depresión central. Valles de los ríos Orontes (nahr al "Así) y Leon-tes (nahr Lííáni), que nacen cerca de Baalbek, en la Beqá libanesa. En esta depresión se encuentra también el valle del Jordán y el Mar Muerto, el punto más bajo del planeta. La fosa de Wadi el Araba lo separa del golfo de Aqaba y del Mar Rojo.
    4. Nueva alineación montañosa. En concreto, los montes del Antilí-bano, cuyo pico más alto es el monte Hermón (2.814 metros), en la actualidad frontera entre Líbano, Siria e Israel. Hacia el sur destacan zonas altas amesetadas, como los altos del Golán y la meseta transjordana.


    Una zona estratégica. 

    Conforme se avanza hacia el este, el clima se va haciendo más árido hasta llegar al gran desierto sirio-arábigo, que constituye la frontera oriental del pasillo sirio-palestino. La línea del desierto ha ido cambiando a lo largo de la historia, avanzando y retrocediendo, tal como demuestran las investigaciones arqueológicas.
    Hay una serie de constantes históricas que tienen su origen en el marco geográfico de Siria-Palestina. En primer lugar, el pasillo sirio-palestino ha sido durante toda la historia una estratégica zona de paso que han querido controlar las grandes potencias del momento, lo que ha dado lugar a innumerables conflictos. Las comunicaciones son relativamente fáciles en dirección norte-sur, y más complejas, si exceptuamos algunos pasos como la llanura de Yizreel o Esdrelón, en dirección oes te-este.
    Desde el Neolítico, hubo dos vías de comunicación que atravesaban el pasillo sirio-palestino: la vía del Mar, que va paralela a la costa y que une Egipto con Anatolia y la Alta Meso-potamia, y la vía del Rey, que discurre por TransJordania y que tiene en Damasco uno de sus principales nudos de comunicación. La vía del Rey conectaba con las rutas caravaneras que venían de la Península Arábiga o que atravesaban el desierto sirio, aunque hay que tener en cuenta que esas rutas caravaneras no se abrieron hasta que se domesticaron el camello y el dromedario a finales del segundo o inicios del primer milenio a. C.
    Cuando reinaba el optimismo en el proceso de paz entre israelíes y palestinos, poco después de la histórica firma del tratado de Oslo en Washington y del apretón de manos entre Yassir Arafat e Isaac Rabin el 13 de septiembre de 1993, se publicó en un periódico un artículo titulado Hacer negocios con el enemigo. Para que dichos negocios fueran posibles, se planteaba, entre otros proyectos, reabrir esas dos vías tradicionales: la autovía El Cairo-Ankara y la autovía Aqaba - Ammán - Damasco.


    Los hijos de Israel. 

    La segunda constante, consecuencia de la com-partimentación geográfica y de la presión de potencias exteriores, fue la atomización política de la zona. En ningún momento ha habido un poder fuerte que unificara todo el Oriente Sirio. Lo común fue siempre la existencia de pequeños Estados que luchaban incesantemente entre ellos.
    También la orografía hizo que hubiera zonas más aisladas y otras más expuestas a las transformaciones y a los flujos culturales exteriores, con lo que se potenció en estas últimas una gran diversidad cultural, religiosa y étnica. La montaña de Judá fue una de esas áreas más aisladas por ser menos interesantes desde el punto de vista estratégico y económico. Este relativo aislamiento explica las peculiaridades de la historia del Israel antiguo. Nada predisponía a que un oscuro asentamiento cananeo de nombre Jerusalén acabara convirtiéndose en el "centro del mundo".
    El territorio que hoy día conocemos popularmente como Palestina es el extremo meridional del pasillo sirio-palestino. Para los judíos es la Tierra de Israel (Eréis Yisrael): el actual Estado de Israel (Medinat Yisrael) comprende sólo parte de la bíblica Tierra de Israel.


    En la Edad del Bronce, el nombre del territorio era Canaán, topónimo que tradicionalmente se ha ínterpretado como "Tierra de la Púrpura". La etimología no es segura. Canaán era el nombre de la provincia controlada por los faraones del imperio nuevo egipcio. La mitad septentrional de Siria-Palestina quedó a su vez bajo la influencia de Mitanni y del imperio hitita. A pesar de estar sometida al dominio de diferentes Estados, la cultura cananea clásica que se desarrolló en el Bronce Final era muy homogénea. Nuestro conocimiento de ella se basa de manera especial en los archivos encontrados en Ugarit (Ras-Shamra), un importante asentamiento comercial de la actual costa de Siria, a pocos kilómetros al norte de Latakia.
    El mundo de la Edad del Bronce desapareció tras una profunda crisis en torno al año 1200 a. C. Las fuentes hablan de la irrupción de pueblos invasores (los Pueblos del Mar mencionados por las crónicas egipcias), pero parece que estos conquistadores no fueron el desencadenante de la crisis sino los que remataron un proceso de decadencia social, demográfica y productiva que había debilitado a los estados palaciegos de la Edad del Bronce.
    En ese momento convulso fue cuando surgieron las tribus de los beney Yisrael (los hijos de Israel) en las zonas montañosas y poco o nada urbanizadas de Palestina: Galilea, montañas de Efraim y Judá, parte de TransJordania y el Negev. El caso de los israelitas no fue el único. Otros pueblos, con los que Israel reconoce tener vínculos de parentesco, se organizaron políticamente de manera bastante similar.


    Los pueblos vecinos. 

    El proceso de gestación de los nuevos grupos gentilicios, que terminarían fundando pequeños estados étnicos, fue largo y complejo, mucho más complejo que lo que se relata en la Biblia: la rápida y total conquista de la Tierra Prometida por el conjunto de las Doce Tribus bajo el liderazgo de Josué. Fue precisamente ese relato de la conquista el escollo más importante al que se enfrentaron los primeros arqueólogos. En la actualidad, son pocos los que defienden la teoría de la conquista militar de Canaán tal como aparece en la Biblia.
    Los mitos de origen de los beney Yisrael hacen hincapié en la foraneidad de los israelitas: fueron un pueblo errante hasta que se cumplió la promesa hecha por Dios a Abra-ham. Esta conciencia de foraneidad, de ser extranjeros en Canaán, constituye sólo una parte de las diversas memorias de aquellos grupos de los que nació finalmente Israel: gentes que habían huido del yugo del sistema de las ciudades-estado cananeas, aldeas que se liberaron del control territorial del palacio, grupos nómadas que se fueron asentando desde antiguo en las zonas montañosas y, muy probablemente, un grupo o varios grupos que habrían tenido la experiencia histórica de la esclavitud y de la salida de Egipto y que trajeron con ellos el yahvismo.
    Pero en cierto momento todo el sistema de relaciones internacionales se vino abajo: Egipto perdió sus posesiones en Siria-Palestina y el imperio hitita desapareció. Ninguna potencia ocupó el vacío creado. Mientras que Mesopotamia y Egipto ñieron zonas más conservadoras, en Siria-Palestina y Anatolia (y también en el Egeo) se desarrollaron grandes cambios e innovaciones.
    Veamos a continuación los pueblos que se desarrollaron por la misma época que los israelitas, los que fueron sus vecinos, los que, en los complicados equilibrios de poder en Siria-Palestina, unas veces fueron aliados y otras acérrimos enemigos. Empezaremos por el extremo su-roccidental, junto a la frontera con Egipto, y continuaremos en la dirección de las agujas del reloj, hasta dar una vuelta completa al territorio de las tribus de Israel.
    En el sector meridional de la llanura costera palestina estaban los filisteos, uno de los pueblos que componían ese movimiento migratorio originado en los Balcanes que afectó a todo el Mediterráneo oriental en el siglo XII a. C. Aunque Ramsés III proclamó su victoria sobre los Pueblos del Mar, lo cierto es que los egipcios perdieron el control de todas sus posesiones en Canaán, que pasaron a ser controladas desde entonces por los filisteos. Estos se organizaron en una liga de cinco ciudades, la llamada pentápolis filistea (Gaza, Ashdod, Ashkelón, Gat y Ekrón). Los filisteos no eran muy numerosos y terminaron asimilándose a la población cananea anterior.


    Pequeños estados étnicos. 

    El mundo cananeo del Bronce Final no desapareció por completo. A lo largo de la vía del Mar, siguieron existiendo ciudades cananeas que mantenían estrechas relaciones con las tribus del norte. Los fenicios eran los herederos más importantes de aquella cultura cananea. A lo largo de la abrupta costa de Siria, desde Arvad (Aradus) hasta Akko (Acre), se fueron reconstruyendo las ciudades fenicias bajo la hegemonía de Sidón, cuyo liderazgo sería heredado por Tiro en torno al 1000 a. C. Bajo la hegemonía de Tiro se inauguró un periodo de florecimiento y expansión comercial por el Mediterráneo del que encontramos abundante información en la Biblia hebrea.
    En el interior de Siria se hallaban los principados árameos. Los árameos eran un pueblo nómada que se fue asentando en Siria y en Meso-potamia desde finales de la Edad del Bronce. En Siria, donde se encontraron con poblaciones con una cultura y unas lenguas similares, se integraron fácilmente y fundaron multitud de pequeños estados étnicos. El más mencionado en la Biblia es el principado de Damasco, con el que el reino de Israel mantuvo una constante rivalidad hasta que el peligro asirio los convirtió en aliados.
    Relaciones conflictivas. En Trans-jordania aparecieron también tres estados étnicos: de norte a sur, Am-món, Moab y Edom. La Biblia insiste en que eran pueblos muy similares a los beney Yisrael étnica y cultural-mente. Arrimón y Moab eran hijos de la relación incestuosa de Lot, sobrino de Abraham, con sus hijas. El epóni-mo de Edom no era otro que Esaú, el hijo mayor de Isaac, que vendió a Jacob su primogenitura. A pesar de esa afinidad y origen común, o precisamente por ello, las relaciones de Israel y Judá con los estados transjordanos serían conflictivas. La Biblia afirma que los transjordanos fueron sometidos por los reinos de Israel y Judá. La conquista de TransJordania se retrotrae al mítico rey David. La célebre inscripción del rey Mesha de Moab, fechada en el 850 a. C., menciona sus victorias sobre el reino de Israel, que había conquistado Moab en tiempos del rey Omrí.
    Los moabitas fueron asimilados por los nabateos; los edomitas, cuyo territorio tradicional estaba al sur del Mar Muerto, terminaron por judaizar se en época helenística y romana. Son los idumeos de los que provenía Herodes el Grande.
    Terminamos nuestro repaso de los parientes de Israel con las tribus nómadas del desierto que, gracias a la movilidad ofrecida por los dromedarios, controlaban el comercio caravanero y que, de vez en cuando, atacaban los asentamientos agrícolas. Eran los ismaelitas, madianitas y amalecitas. Su epicentro no era TransJordania sino el Hiyaz, la región noroccidental de la península arábiga.


    Los imperios mesopotámicos. 

    En el primer milenio de nuestra era, Egipto no volvería a ser una gran potencia. El peligro llegaría del norte con la expansión del imperio nuevo asirio y del imperio neobabilónico. Los pequeños reinos no fueron capaces de ofrecer una resistencia efectiva ante el poder asirio, ni siquiera coaligándose. Algunos miraron a Egipto como posible salvación, pero esta era una peligrosa opción, pues Egipto carecía de suficiente poder. Era una "caña rota", como dice Senaquerib al rey Ezequías: "¿Qué seguridad es esa en la que has puesto tu confianza? ¿En quién confías para haberte rebelado contra mí? Te has confiado al apoyo de esa caña rota que es Egipto, que penetra y traspasa la mano de quien se apoya en ella. Eso es el faraón, rey de Egipto, para todos los que en él confían" (2 Re. 18, 19-21). Muchos en Judá, entre ellos el profeta Isaías, eran de la misma opinión y desaprobaban la alianza con Egipto.
    Con la desaparición del imperio asirio, llegó un momento de respiro para los pequeños estados de Siria-Palestina. El faraón y los reyes locales intentaron aprovecharse del vacío de poder en beneficio propio. Fueron los años del reinado de Josías de Judá (640-609 a. C.). De este rey se recuerda una importante reforma religiosa por la que se centralizó el culto a Yahvé en el Templo de Jeru-salén y se destruyeron todos los lugares de culto de los dioses extranjeros en la ciudad, lo que era una clara declaración de independencia frente a los imperios mesopotámicos. En la Biblia se menciona el descubrimiento de un oculto Rollo de la Alianza durante unas obras en el Templo. Ese Rollo, que el rey hizo leer solemnemente ante la asamblea, no era sino el Libro del Deute-ronomio. La reforma culminó con la celebración de la fiesta de la Pascua como no se había celebrado desde tiempos de la conquista de Canaán. La Biblia presenta, por tanto, como una vuelta a la pureza de los orígenes lo que no fue sino un violento intento de imponer por cualquier medio el culto a Yahvé.
    El reinado de Josías fue un mero espejismo. Tras la derrota de los egipcios en Karquemish ante los caldeos, el reino de Judá tenía los días contados. Efectivamente, en agosto de 587 a. C., los ejércitos de Nabuco-donosor II de Babilonia conquistaron Jerusalén: el Templo fue destruido y se deportó a Babilonia a los miembros de la dinastía real de Judá y a los principales del reino. Muchos de los habitantes de Judá, entre ellos el profeta Jeremías, buscaron entonces refugio en Egipto.


    Nuevos  conquistadores.  

    En  la segunda mitad del primer milenio antes de Cristo, entraron en la escena política del Próximo Oriente pueblos que hasta aquel momento se habían mantenido al margen: los medos y los persas, desde las mesetas del Irán, y los griegos y los romanos, desde el Mediterráneo. La experiencia del exilio en Babilonia fue fundamental para la historia de la religión judía. También lo sería la vuelta de los exiliados y la reconstrucción de la vida judía que posibilitó el Edicto de Ciro de 539 a. C. Los Libros de Esdras y Nehemías relatan el proceso de reconstrucción, si bien ocultando o atemperando las tensiones que debieron de producirse entre los que habitaban Judá y los recién venidos de Babilonia, que se consideraban los únicos capaces de liderar al pueblo y unificarlo. Otro episodio oscuro fue el de la desaparición del último representante de la Casa de David, en el que había depositado sus esperanzas el último profetismo.


    Para la tradición judía, el periodo persa es una etapa de tranquilidad que se recuerda con nostalgia: los persas son el ejemplo del buen gobernante no judío, un modelo que pretenderán conseguir con griegos y romanos. La vida judía giraba en torno al Templo. Judea era una hierocracia, un Estado sacerdotal, y así permanecería hasta la destrucción del Segundo Templo por Tito en el año 70 de nuestra era. Recordemos que los reyes asmoneos eran reyes y sumos sacerdotes. Los herodianos, por su origen idumeo, no pudieron serlo.


    Esperando al "Rey de Asia". Los textos sagrados de los judíos fueron sometidos a una edición definitiva por los sacerdotes de Jerusalén. La historia se reescribió desde el punto de vista de Judá y de sus mitos fundacionales. Se acentuaron la centra-lidad y el exclusivismo de Jerusalén frente a otros santuarios: nació entonces el conflicto con los samaritanos y su templo del monte Gerizim.
    La relación de los judíos con el mundo griego fue muy conflictiva, pero esa historia excede los límites de este artículo, que se centra en el mundo de la Biblia hebrea.
    Eso sí, hay que decir que, frente a la imagen heroica de Alejandro Magno y de sus hazañas, que es la más popular, el autor del primer Libro de los Macabeos insiste en todos los males que causó por su orgullo y su soberbia. Y de sus sucesores y sus descendientes (seléucidas y lágidas) dice que gobernaron durante largos años "y multiplicaron los males sobre la tierra"  Mac. 1, 9). Oriente esperó la revancha confiando en que un "Rey de Asia", del que hablaban oráculos y profecías, se vengara de todos los daños infligidos.


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